A partir de Marzo cerraron el mercado de la Dalia, y en Junio empezaron a reabrir, poco a poco los locales empezaron a cobrar vida, y con mucho sentimiento nos enterábamos que la señora que por más de 10 años me vendió el pollo, ya no iba a regresar, noticia que me dio su hija con una falsa entereza, que por cierto, yo conocí desde pequeña, de adolescente rebelde y darketa, de joven coqueta y de mamá de un pequeño, siempre con su mamá a su lado, atendiendo con una sonrisa.
El señor de los quesos, no regreso tampoco, y me animé a preguntarle a su hija, como estaba, y ella me contesto que latoso, que ante la pandemia y siendo un señor ya que supera los 90, no lo dejaban salir, pero que él se moría de ganas de ir a atender su puesto, como tantas décadas lo había venido haciendo.
El puesto que nunca regreso fue el de un matrimonio, dedicado a ofrecer fruta. Cada vez que pasaba enfrente buscaba esperanzado verlos de regreso, y así pasaron las semanas, los meses sin saber de ellos.
El puesto cerrado, con unas matas cubriendo los estantes, que antes estuvieron llenos de manzanas, duraznos y melones.
Hoy regresé al mercado, mi primera compra del año, yendo con los marchantes de siempre, saludando y desando lo mejor para este 2021.
Al pasar por el pasillo vi el puesto abierto, y al acercarme vi al matrimonio, trabajando, atendiendo y ofreciendo a probar la fruta.
Me acerque con ellos, les dije que me daba mucho gusto verlos, que como estaban. Me contestaron que muy bien, que ante la pandemia y las noticias de tantos colegas fallecidos, ellos decidieron irse a guardar a su pueblo por casi 8 meses, que apenas estaba regresando. No pude evitar los ojos vidriosos, y ellos al notarlo, me regalaron una mandarina, me cobraron los higos, las uvas, las manzanas y las fresas que compre, y siguieron atendiendo a sus clientes.
Gracias 2021, y espero que muchos regresen, y que pronto nos volvamos a ver.
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