Cuando escribo, mis ojos terminan generalmente con lágrimas, porque leen cosas de las que yo no hablo, pero no por eso no están presentes en mi ser.
Cuando escribo los miedos pierden su forma aterradora y se van convirtiendo en palabras que voy expresando sin esa distancia prudente, y se combinan con otras emociones también hambrientas de ver la luz.
La intensidad con que siento a veces me desborda, me lleva de un lado a otro en su remolino de emociones, que subidas todas de tono, es difícil distinguir entre alegría y tristeza, melancolía y sorpresa.
Y uno trata de irlas callando, de ponerse la máscara que nos hace creer que tenemos el control. Pero llega un momento donde ya no es posible mantener la calma, silenciar, ignorar, y uno revienta, y entonces, no queda más que ponerse a escribir.
Tengo miedo, mucho miedo, de no poder ya con las presiones y las tensiones, tengo miedo de no ser esa persona que todos piensan, que tiene respuesta para todo, tengo miedo de que este equilibrio débil se rompa y entonces todo se empiece a desmoronar. Tengo miedo a tener que empezar de nuevo, a tener que aprender otros trucos, porque los que me sé ya no son vigentes, ya no tienen el mismo efecto de antes.
Si algo nos enseñó la pandemia es que nuestra sensación de controlar lo que nos pasa, es más bien una ilusión, que no tenemos toda la información, y que vamos como sentidos limitados viendo una realidad disminuida, pero que no tenemos la capacidad de aumentar esta visión, no estamos hechos para esto.
Somos náufragos que vivimos a la deriva, y no nos damos cuenta.
El peligro de no sentir, es que solo dejamos de sentir cuando estamos muertos, y de repente preferimos ser muertos que caminan, que trabajan, que acompañan, que no se comprometen, que distraen la mente en cosas superfluas.
Tengo miedo a sentir mucho, pero más miedo tengo a no sentir.
Tengo miedo, mucho miedo, de no poder ya con las presiones y las tensiones, tengo miedo de no ser esa persona que todos piensan, que tiene respuesta para todo, tengo miedo de que este equilibrio débil se rompa y entonces todo se empiece a desmoronar. Tengo miedo a tener que empezar de nuevo, a tener que aprender otros trucos, porque los que me sé ya no son vigentes, ya no tienen el mismo efecto de antes.
Si algo nos enseñó la pandemia es que nuestra sensación de controlar lo que nos pasa, es más bien una ilusión, que no tenemos toda la información, y que vamos como sentidos limitados viendo una realidad disminuida, pero que no tenemos la capacidad de aumentar esta visión, no estamos hechos para esto.
Somos náufragos que vivimos a la deriva, y no nos damos cuenta.
El peligro de no sentir, es que solo dejamos de sentir cuando estamos muertos, y de repente preferimos ser muertos que caminan, que trabajan, que acompañan, que no se comprometen, que distraen la mente en cosas superfluas.
Tengo miedo a sentir mucho, pero más miedo tengo a no sentir.
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